viernes, 21 de diciembre de 2007

"Beviernes... ¡hip!"

Semana Santa en Colán del año 1993, yo era un niño de 16 años al que le encantaba beber. Hoy, en el 2007, han pasado 15 años, me sigue gustando el trago y sigo siendo un niño. Pero no vamos a discutir eso en esta anécdota.
Viernes Santo. Mi finado abuelo decía que hacer cualquier actividad ajena a la oración, la reflexión y el recogimiento en Viernes Santo, podría tener consecuencias muy desagradables. Pues él siempre contaba que de niño una vez sacó el carro de su papá un Viernes Santo, para dar una vuelta por la hacienda, y terminó chocando el carro. También contaba que mi papá una vez hizo aeromodelismo un Viernes Santo y se le cayeron todos los aviones; yo fui testigo presencial de esa tragedia. Lo que a continuación relataré también empezó sucediendo un Viernes Santo.
Era de noche, y yo estaba con mis amigos en La Camacho, empezando a perder el tiempo sin hacer nada productivo. Alguien, con mucho ingenio y desgaste neuronal, sugirió comprar un trago e irnos a La Cruz ha tomarlo. Para los que no conocen Colán, La Cruz es el cerro donde se aprecia una vista panorámica espectacular de toda la playa. También es lugar donde mejor se disfruta el ocaso del sol; de ahí es que se dice: "La luna de Paita y el sol de Colán". De noche es lugar predilecto de las parejas que hacen de las suyas en la oscuridad, o de los que van a pasar un rato a oscuras contando estrellas fugaces. Retornando a la historia, mis amigos y yo trepamos una camioneta, habiendo previamente comprado un vodka y una "7 Up" de litro, y nos dirigimos hacia La Cruz para ir a beber lejos del bullicio de las tiendas. Esta fue una operación que se repitió dos o tres veces.
Después recuerdo haber regresado por última vez a La Camacho y mientras "relojeaba" la zona iba yo encontrándome con distintos grupos de amigos, cada quien bebían su trago predilecto. Unos ron, y otros cerveza. Y a cada grupo que saludaba me invitaban, muy cortésmente, a compartir sus "brevrajes mágicos" - como hubiese dicho el Chavo del Ocho- y yo por dentro me iba "zazonando" más y más. El último grupo al que me acerqué a saludar estaba conformado por dos primos mios, Juan Ramón y Atilio; el "chato" Igor, Emilio y "Neto". Y con ellos me puse a "chelear" un buen rato. Yo ya me sentía bien "picaflor", pero quería que la noche no se acabara, pues para mí eso ya era sentirse bien. Al ver un desgaste monetario y el efecto de alcohol tardío, se decidió subir de 'level', en lo que respecta a contenido alcohólico de la bebida. Armamos una "chanchita" y sólo nos alcanzó para comprar una botella de Pisco. Si ese Pisco de Los Reyes. En esa época la producción, el consumo y la cultura del Pisco no se compara en nada con lo que ha evolucionado en la actualidad. En esos días comprar Pisco de los Reyes era comprar un trago barato y de pésima calidad. Ahora, en estos días, llego a pensar que ese disque Pisco de Los Reyes era cualquier cosa menos Pisco. Fácil que era metanol.
Esa vez ya andábamos tan misios que ni si quiera nos alcanzó para comprar una botella de 100 cc de gaseosa. Y no quedaba otra que empezar a tomar puro ese pisco. Alguien, que ya estaba apurado por ir a su casa, tan sólo agarró la botella, se sirvió en la misma tapita de la botella e ingirió el pisco y se fue a su casa. Yo creí que esa iba ser la dinámica del "asunto", tomarlo en tapita. Pero no fue así. Un amigo, seguro por impresionarnos a los demás, se apoderó de la botella y bebió de ella como si fuese un biberón con leche para un bebé. No recuerdo quien le siguió la corriente a éste, pero yo de mono también empecé a tomar a pico la botella de ese "disque pisco". Conforme se iba rotando el trago yo me iba embriagando a ritmo galopante.
Recuerdo que le dije a mi primo Atilio textualmente así y con uno tono de garganta de lata:
- Ysadwe wiewrfds wfrsd slvmre gpyo pewif f rgpordsuiew dsj
Que en buen cristiano se traduce de la siguiente manera:
- Ya no quiero seguir bebiendo, estoy muy mareado.
Desde ese momento no recuerdo casi nada, el monitor se me apagó. Dicen los demás que yo dejé diciendo que me iba al baño. Entiéndase como baño el médano, donde todos los que van a La Camacho a chupar, lo utilizan para hacer sus necesidades. Lo que podría yo recordar era que sentía que me había quedado dormido en la arena mojada de la playa, escuchaba el mar y me preocupaba que en cualquier momento iba subir la marea y me podía mojar. ¡Falso! En realidad no estaba en la arena mojada de la playa cerca al mar, estaba en la arena del medaño donde todos van a orinar, y los más 'zampaos' a vomitar, y justo yo yacía en medio de los orines, y porque no suponer que de uno que otro vómito. Era una inmundicia basura. Tirado ahí, inconsciente, en la que fue, hasta ahora, la peor de todas mis borracheras.
Mis amigos al ver que pasaba largo tiempo y yo no daba signos de vida me fueron a buscar hasta que me encontraron hecho una mierda en la arena. De ahí yo recuerdo escuchar un montón de voces, que me trataron de levantar y ponerme en pie, que Emilio me embutió su dedo en mi boca para inducirme el vómito y se lo terminé mordiendo tan fuerte que él, para zafarse de mí, me agarro a patadas. Y también recuerdo de haber escuchado la voz de un muchacho, estudiante de medicina, que me tomó el pulso y dijo que yo estaba demasiado acelerado. Después de eso no recuerdo nada. Lo que seguiré escribiendo son los testimonios de los que estuvieron presentes, y solo lo mencionaré a grandes rasgos. Mi primo Atilio de verme tan borracho se encolerizó tanto conmigo que según él me agarró a patadas, el chato Igor dice que lo vomité o lo escupí, no se exactamente como fue ese asunto, y que me dio un cabezaso que me hizo caer en la arena. Que lindos mis amigos en vez de ayudarme ha aliviar mi estado etílico me empeoraban a golpes. Pero que se puede esperar cuando todos están 'zampaos'. Y a veces las cosas no son tan ciertas como te las cuentan. Pero lo que si era cierto que yo estaba como muerto. Lograron levantarme y me llevaron a la casa en hombros arrastrando los pies.
Puede ser cierto que mientras yo estaba en trance iba hablando un mar de incoherencias, quizás unas jocosas, que no vienen al caso mencionarlas. Pero la verdad después de esa borrachera por suerte aprendí que en la vida la diversión no era tratar de embriagarse hasta más no poder, sino de saber respetar los limites de cada uno y aprovechar todo el tiempo que se dispone para 'farrear' y disfrutarlo. Como será que no recordaba nada, que al día siguiente mi amigo Perico me entregó mis pertenencias, y yo con mucho asombro le dije ¿Cómo es que tenía mis cosas?, obvio que no recordaba nada.
Acuérdense de lo que decía mi abuelo con respecto a los Viernes Santos, pues valgan verdades yo la pasé muy mal. Y ahora les terminaré describiendo cómo fue que quedé esa noche con esta canción que la aprendí de un programa humorístico: "No estaba muerto estaba de parranda...."

sábado, 8 de diciembre de 2007

¡Vamos a la playa oh, oh, oh, oh, oh!

Mi primo Juan Ramón y yo siempre hemos sido desafiantes a la muerte, y fanáticos de las escapadas nocturnas a Colán. Una ocasión mis tíos se fueron un fin de semana de verano a Lima, y se llevaron las llaves de la casa de playa de Colán. Mi primo y yo veíamos resignados nuestro fin de semana a pasarlo aburridamente en Piura cuando todos estaban disfrutando de la playita.
Pero como buenos necios que somos, nos resistimos a quedarnos en Piura ese sábado por la noche y planificamos una fuga a Colán, donde casi nadie nos esperaba, salvo los que estaban seguros que nos íbamos a escapar de Piura sí o sí.
Eran las nueve de la noche y estábamos en la camioneta Juan Ramón, Paola, Janice y yo; dejando dicho en la casa que nos íbamos al Tony´s. Una vez en el auto todos en silencio disimulábamos la fuga evitando cantar victoria antes de tiempo, fuimos a recoger a nuestro gran maestro Javichín, y después marcha a Colán.
Siendo casi las diez de la noche hicimos nuestra aparición en Colán dirigiéndonos de frente a la Camacho, ese conglomerado de tiendas que funciona como punto chupístico de la gentita colanera, calmando la angustia de unos, generando sorpresa en otros, y quizá indiferencia en el resto; pero eso sí, advirtiendo siempre que nunca estuvimos en la playa esa noche, por si las dudas.
De pronto, una vez saludada la gente y demás protocolo, recuerdo que Janice, Paola y yo nos fuimos a un hotel de Colán que recién habían inaugurado, y uno de los hijos de los dueños, que era amigo nuestro, estaba de cumpleaños; así que aprovechamos la visita para saludarlo y disfrutar del show nocturno que hacían en ese entonces todos los sábados en el hotel. Justo ese día el show lo hizo quien ahora es mi cuñado, Rafael, que cantaba música cubana. En una mesa estaban todos mis tíos, incluyendo mi papá; y todos ellos sabían que nosotros no teníamos permiso de ir a Colán ese fin de semana. Cuando chequié toda la escena me vi en serios apuros, porque si me pillaban nos jodíamos. Por lo pronto me las ingenié sentándome en un lugar alejado de la vista de mis tíos; departimos un rato y nos retiramos del hotel con Janice y Paola haciéndome cortinita para no ser visto.
Regresamos a la Camacho advirtiendo a Juan Ramón la alerta de que podíamos ser vistos en la playa por nuestros familiares y ponernos a posteriori en serios aprietos. Al cabo de una hora y media vimos pasar de regreso a casa el carro de los tíos, no nos habían visto, y por fin sellamos nuestra victoria. Sabíamos que ya podíamos hacer lo que nos daba la gana y que la familia nunca se iba a enterar. Y cada quien se disparó a vacilar por su cuenta.
Eran casi como las cuatro de la mañana me hallaba bebiendo con unos amigos, hasta que una extraña voz me llamaba:
- ¡Totora! ¡Totorita!
Volteo a ver quien me llamaba y no les miento que era mi viejo. Cuando lo vi sentí ese nerviosismo que se apodera de uno cuando lo 'ampayan'. Mi viejo acompañado del tío 'coco', el tío Giacomo, y otro tío más que no recuerdo exactamente quien era, todos ellos en una bomba de aquellas; con razón los apodaron como los "jinetes del apocalipsis". Mi viejo me llamó y se puso ha hablarme un montón de cosas que no le entendía con claridad. Algo así como:
-¡La libertad!- como haciendo referencia al abuso de confianza que los padres depositan en sus hijos.
A mí se me vino el mundo abajo. Dentro de lo prejuicioso que soy, imaginé la señora puteada que me aguardaba en casa el resto de la semana, que valgan verdades, yo en esos días tenía demasiados roches con mis viejos por algunos asuntos académicos. Presentí todos los castigos que me pudieran sentenciar, incluso hasta botar de la casa. En esos momentos no estaba cerca de mí ninguno de mis cómplices; no estaba Javier, no estaba Janice, ni Paola, ni mucho menos Juan Ramón. Pero después me di cuenta que muchos de ellos sí se dieron cuenta de la presencia de los cuatro "jinetes del apocalipsis" en las tiendas. Y digo esto porque ni bien se apareció Juan Ramón con la camioneta, como si hubiésemos salido de la nada, los demás abordamos, ha escondidas, la camioneta en un acto fugaz, propio de una escena de un secuestro, o un asalto de un banco, y le advertimos a Juan Ramón que nos largáramos en el acto a Piura porque la situación estaba extremadamente jodida y que habíamos sido visto a las finales por los tíos. Juan Ramón, que ni bien vio como subimos a la camioneta, y ni siquiera acaba de frenar el auto, arrancó de una sola con dirección a la carretera.
Ya en camino, nos cagábamos de risa del suceso, aunque yo por dentro sabía que el más jodido era yo, porque fui el único que lo vieron. Una vez en Piura quedamos en reunirnos en la noche del domingo para analizar como se iba a proyectar la semana.
Ese domingo por la noche , en casa de Juan Ramón, nos reunimos Paola, Janice y yo. Y conversando me di cuenta que no era el único que iba a pagar todos los platos rotos. Pues mi primo, como nunca - porque siempre que nos escapábamos a Colán botaba los vouchers del peaje- dejó los vouchers en la camioneta. ¡Grave error! Evidenció la fuga. Pues ese domingo por la mañana Giuliana, la hermana de Juan Ramón, usó la camioneta para pasar el domingo en Colán en casa del abuelo - eso si estaba permitido por mis sus padres - y vio los tickets del peaje. así que como buena hermana lo acusó directo con sus papás de nuestra fuga.
Vista la situación, se supuso este cuadro de lo que nos iba a pasar: Como mi viejo me vio, sentenciado; Juan Ramón después de que su hermana lo acuso, castigado; Paola viendo como se presentaban las circunstancias, se sintió de regreso a Lima donde su madre y con castigo peor que el de mi primo y yo. Pero Janice, ¡ja! ella se jactaba que no le iba pasar nada por que sus padres eran muy comprensivos y que a ella no le decían nada en su casa bla, bla, bla.
A las finales, a mitad de semana la sentencia fue la siguiente: Mi padre cuando regresó de Colán, no me dijo absolutamente nada; a Juan Ramón le dijeron "demasiado poco" de lo que habíamos previsto; Paola no fue mandada de regreso a Lima tan inmediata como ella temía. Janice seguía jactándose de lo liberal que eran sus padres con ellas y que sabía que no le iba pasar nada. Llamó un día a Lima a sus padres, en presencia nuestra, y de pronto vimos como su rostro se le iba decayendo, a las finales en esa llamada, su padre ya le había reservado pasaje de regreso a Lima al día siguiente y se quedó sin verano colanero.
Que no se me haga mala costumbre, pero al ver como se sentenció todo, me veo obligado a terminar esta historia con una moraleja, pues como dice aquel viejo y conocido refrán: "Quien ríe último, ríe mejor". A pesar de todo lo que creí que me podía suceder, yo si tuve un verano en Colán.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Año Nuevo 2001 (Segunda Parte)


A la mañana siguiente despertábamos doloridos; pues como comprenderán el cemento no es muy cómodo por más sleeping que uno utilice. Era el día de playa perfecto. Después de una acicalada de gato (desodorante y colonia) nos dispusimos caminar por las rocas y pescar. La pesca no fue milagrosa, pero se pasó un rato tranquilo agradable contemplando el ambiente playero. Regresamos a la casa y Miguel y yo fuimos a caminar un rato, inspeccionando el terreno. Llegamos hasta el hostal Los Delfines, y mientras consumíamos una gaseosa, al menos, aprovechábamos en utilizar el baño del hostal y hacer un lavado de gato, que es algo más deseable que tan sólo usar el desodorante y la colonia. Al regresar por la playa , la vista nos hizo una cruel jugada; deslumbrábamos a lo lejos un grupo de 'chicas lindas' que parecieran estar en la terraza de la casa de Boris. Al aproximarnos a la casa era cierto que habían un grupo de 'chicas lindas', pero en la terraza de lo vecinos. Todas eran hermosas, con sus bikinis, sus paredos, y lamentablemente con sus maridos. Eran lo vecinos del lado norte de la casa, todos llegaron en carrasos del año (y pensar que nosotros llegamos en carretilla), y en la casa ellos disponían de sillas, perezosas, hamacas, mesita con sombrilla; nosotros sólo disponíamos de una silla para niños con un respaldar, sin apoyador de espalda, de fierro oxidado como único mueble; ellos tenían comida de verdad, y nosotros puro enlatado. ¡Ah! como si fuese poco, nos olvidamos de llevar abrelatas. En la noche ellos tenían luz y nosotros la pasábamos a oscuras; nosotros reventábamos nuestro cohetecillos que sonaban "¡zic! y reventaban ¡puc!, y ellos reventaban camaretas que sonaban ¡sssssssssrrrooooaaaammmm!!!! y reventaban ¡bbbbbooooooooommmmm!!!! No nos quedó otra que esconder nuestro arsenal pirotécnico. Ellos tenían vodka Absolut, Chivas, Swing; y nosotros ron Kakún. Pero quieren saber algo, a las finales nos llegaba al cohete, ellos no tenían guitarra y nosotros sí, por lo tanto eso nos bastaba para pasarla bien chévere.


Pasaban los días, y de mañana íbamos a pescar, más por culto al deporte que por medio de subsistencia - porque de ser así nos moríamos en el acto-en las tardes jugábamos one y en la noche bebíamos. Una noche Boris prefirió quedarse en casa solo; como una especie de embrujo le dio un dolor de muelas que ni dormir lo dejaba, tenía una pierna entumecida, la irritación de piel a causa de la insolación, dolor de cabeza y paro de contar. Mientras tanto, Miguel y yo explorábamos el panorama playero como fieras en busca de posibles víctimas para la noche del 31. La verdad el panorama se hallaba de extremadamente difícil a imposible, tanto así que con trago en mano carburábamos nuestro plan de contingencia para celebrar el año nuevo en Máncora, pues sabíamos que el 30 llegaba a la casa, la entonces esposa de Boris, Mimi, y nosotros sentíamos que en la casa de pronto podíamos o bien sobrar, o bien tocar el "violín".


El día 30 llegó Mimi, que era entonces la esposa de Boris, a Punta Sal. La fuimos a recibir los tres a la entrada a la playa. Por dentro, Miguel y yo presentíamos que el plan de contingencia cada vez se hacía más factible, caso contrario nuestro año nuevo hubiese sido un asco. Mimi se instaló en la casa, se cambió y nos fuimos a caminar por la playa hasta llegar al Hotel Punta Sal. De regreso íbamos pasando por la casa del jefe de Mimi, un gringo alto, gordo, viejo y platudazo, que al darse que pasábamos caminando al frente de su casa gritó:


- ¡Del Castillo! Come on!


En ese momento Boris y Mimi se dirigieron a la casa. Miguel y yo sentíamos, que lo que presentíamos, ya era realidad. En esos breves segundos los dos vimos que todo iba a empeorar en un ¡zaz!. Y de pronto el gringo volvió a gritar:


- Hey guys!, Come on!


Y no es por nada, pero en ese instante la luz de la esperanza se encendió. La familia nos recibió, nos invitaron unos piqueos, y harta chela. Con decirles, que un cooler disponían de un montononooon de latas de cervezas de todos los colores, formas y sabores. Ese día nos invitaron a cenar en la noche. ¡Qué rico! Por fin comida de verdad. Una vez en la cena, llegaron a la casa una amiga de Mimi acompañada de otras dos niñas; y ahora sí créanme que el panorama juerguero de imposible mejoró a parrandero. De manera muy improvista ya teníamos un grupo para pasar el año nuevo al día siguiente, y obviamente el plan de ir a Máncora estaba totalmente descartado. Esa noche se armó un juergón, que si no vaciamos el bar del gringo, fue porque había suficiente trago para el día siguiente; atrás quedaba el asqueroso ron Kankún, que en esos momentos ni lo extrañábamos. Ese día bebimos, bailamos, hasta hicimos aeróbicos. Después fuimos al Wah!, que es un point donde la gente se reune a tomar, y ya estábamos bien turulos de tanto trago. Con decirles que una amiga estaba llorando porque extrañaba a su enamorado, otra estaba tan ebria que a cada rato se caía sobre la arena y gritaba:


-Fornication todo lo queretion!!


Yo estaba apoyado de un poste de caña y vociferaba como barra brava y con mucha euforia:


- ¡Ha fornicar!, ¡Ha fornicar!...


Boris, un poco abochornado, me decía:


- ¡Oe, tranquilo, qué gritas, no hagas roche!


Yo le repondría con voz borrachosa


-La forincard la nueva tarjeta de crédito....


Lo que hace el abuso de bebidas alcohólicas.

A la mañana siguiente amanecimos, algunos con una ligera resaca, quizás otros con una más intensa. Otro día perfecto de playa, cielo azul, mar cristalino, brisa, y sobretodo haaaarto bikini en la arena bronceando los cuerpos para la noche. Esa noche el jefe de Mimi nos volvió a invitar a su casa para recibir el año nuevo. En aquella ocasión presenciamos el mejor espectáculo pirotécnico de toda la playa, que ya quisieran nuestro vecinos tener uno así. Nos volvimos a reunir el mismo grupo de la noche anterior y la volvimos a pasar excelente.

A pesar de todas las limitaciones de la casa de Boris, ese año nuevo para mí fue excelente, y quizás único, y obviamente diferente. Hay aún, en esta historia, muchos detalles que he dejado de lado para no hacer de este relato extenso y aburrido. Y son justo esos detalles que hicieron que cada día, cada noche, cada instante fuesen mucho mejor a la anterior. Reitero, siempre cada noche que pasé en esa semana, siempre fue mejor a la anterior.

Ahora la casa de Boris está concluida, y les juro que es preciosa, y siempre la tiene alquilada para estas fechas. Quizás algún día regresemos para allanar a los demás vecinos jejejeje, quién sabe.