martes, 28 de abril de 2009

Yo soy de Colán porque.... II


... parte de lo que también recuerdo del verano de 1990, eran los partidos de baseball. En ese año nos dio como afición jugar baseball en la playa. A pesar que siempre jugamos entre el mismo grupo de amigos, que nos bastaba para formar dos equipos, los partidos eran muy intensos, las broncas y las piconerías siempre fueron menester de cada partido. Pero al final del juego todos íbamos felices a darnos un refrescante chapuzón al mar que nos ayudaba mucho a enfriar los ánimos. Entonces los partidos de baseball también era parte de la rutina hiperactiva de ese maravilloso verano.

El verano del 91 sella un auge de Colán a nivel nacional al organizar las Olimplayas de ese año que contó con la participación de playas reconocidas y concurridas como Pimentel, Huanchaco, Tortugas, Delicias y Ancón. Según muchos entendidos, después de esa Olimplaya, organizativamente no hubo una que la supere. Simplemente fue el mega evento de ese verano, que inmortaliza la canción de José Luis Perales “Venceremos” y el popurrí de los Iracundos con “Venite Volando, Río Verde, etc., etc.” Canciones prohibidas de perderse al bailar. Dentro de todo lo que llegó a Colán en esa ocasión fue una avioneta bimotor donde hacían saltos de paracaídas. Pues fue en esa avioneta donde por fin realice uno de mis sueños mas añorados desde la infancia, volar en avión. Pena que en mi vuelo no se lanzaron paracaidistas, pero fue un rico paseo desde Colán hasta Talara para que la avioneta recargue combustible y sigan habiendo paracaidistas. Recuerdo al final de ese verano, en Semana Santa, me pegué la primera borrachera de mi vida cuando a penas tenia 14 añitos de edad. Tan sólo me basto comprar tres cervezas y ya sentía que el mundo giraba en dirección contraria de lo que me giraba el cerebro. Tampoco fue tan trágico como muchos de mis amigos lo graficaron. Sobretodo no sé de donde cannabis sacaron ese cuento que yo estaba subido en una mesa sin polo gritando a los cuatro vientos que yo era Robin Hood el que le quitaba el trago a los ricos para dárselo a los pobres. Si bien cierto esa vez me emborraché, pero tampoco llegué al nivel de ser irresponsable de mis actos, es más ese burdo cuento viene porque alguien me dio de beber una gaseosa y me preguntaron que quién me había invitado esa gaseosa y yo solamente respondí “Robin Hood” nada mas. Se dan cuenta lo distante de la realidad que es el mito inventado por mis amigos; a veces dudo que si fue mi borrachera o la de mis amigos que llegaron a inventar tremenda huevada; y ojo que ellos no tomaron ni una sola gota de etanol.

A partir de mi primera incursión en el mundo del alcohol es que cada verano toma un ingrediente muy especial: La juerga, la chupeta, las borracheras, el desenfreno, el libertinaje. Ya éramos adolescentes y desde temprana edad ya nos perfilábamos como grandes ebrios.

El verano del 92 acudí pocas veces a las playas, gracias a mis grandes méritos académicos, a mí me premiaban con quitarme las idas a la playa. Solo iba los fines de semana, y me enrabiaba el hecho de saber todo lo que pasaba en día de semana en la playa y no ser protagonista de aquello. Lo peor que le puede suceder a un adolescente es ver que todos sus amigos se divierten en la playa y quedarse excluido del circo por portarse mal. En ese caso fue por que casi repito de año en el colegio. Pero a pesar de eso recuerdo unas que otras anécdotas. Una vez estaba en una fiesta en la plataforma, con Rodrigo y ya ambos estábamos medios ebrios; estábamos los dos comprando cerveza en la barra y cuando nos dimos vuelta al frente nuestro estaba la tía ‘Anita’ que había ido a buscarnos. Ni bien nos vio nos pregunto ¿Qué estábamos haciendo? Y nosotros con ingenua sonrisa y respuesta dijimos: “nada”. Y nos sentimos muy seguros de que no se había dado cuenta que ya estábamos bien ebrios. Ja, ja, ja, o sea, era difícil de darse cuenta que estábamos borrachos, con la cara retorcida disimulando o actuando para dar de entender que no estábamos tomando. Mi tía Anita nos sorprendió con las manos en la maza, o mejor dicho con las manos en chela. Obviamente mi mamá se enteró de mi borrachera. Pobre ya empezaba hacérsele costumbre oír, ver o enterarse que su hijito lindo y precioso le rinde culto al dios Baco. Encima de todo el niñito Giancarlo, que casi repite tercero de secundaria, se emborracha cada fin de semana que se iba a la playa. Obvio que mi ‘Marcelita’ me iba poner en cuadra de una sófera bofetada. De ese verano recuerdo la primera vez que paseé en los botes de los pescadores, y como bien dice el viejo dicho popular: “No hay primera, sin segunda.” La segunda vez fue a pescar. La noche previa nos reunimos en casa de mi primo Juan Ramón todos los involucrados con la pesca. Siete personas nos acomodamos esa noche en un cuarto que solo tenia dos camarotes y una cama. De las siete solo cinco nos íbamos a pescar. Teníamos que estar despiertos a las cinco de la mañana, y esa noche nos quedamos conversando, y jodiendo fácil hasta las cuatro de la mañana. No sé cómo pero nos despertamos a la hora prevista. Y nos enrumbamos mar adentro en busca de la “pesca milagrosa”. El bote nos llevó a la plataforma petrolera que yace abandonada desde hace mucho tiempo, pero que hora funge de arrecife. Ni bien anclamos empezamos a tirar cordel. Ni bien arrancaba la jornada y varios de mis amigos ya pescaban chitas. Yo a lo mucho fingía sacar un pez enorme cada vez que se me atracaba el anzuelo en la quilla el bote, yo juraba que me había picado un pez grande en el anzuelo, y hacia la alharaca, -¡Mero de 20 kilos!- gritaba yo. Un pescador agarraba y apenas halaba el cordel y me miraba me decía que el anzuelo se había atracado, dejándome en ridículo delante de todos. Lo peor de todo que esa escena ridícula se repitió por lo menos cinco veces, mientras el resto de mis amigos seguía sacando chitas y más chitas. Pasaba casi media mañana y yo me hallaba en medio del bote con el cordel más enredado que bello púbico, y mareado; y mis amigos seguían pescando más y más chitas. A la media hora un pescador arregló mi cordel y me puse a pescar, me dijo como debería hacerlo, y siguiendo sus indicaciones llegue a pescar por fin un misero bagre, después de que mis amigos pescaron casi una veintena de chitas. Al final de ese verano me di cuenta de tres aspectos que quedaron marcados en mi vida, que tenia que poner más empeño en el colegio para que o me castiguen sin veranos, que la pesca posiblemente no era mi deporte preferido, que me volví un fumador empedernido.

Durante la etapa escolar de ese año me propuse dar un poco de mí estudiando y evitar vacacionales, porque el siguiente verano es al que se le denomina el último, porque una vez acabado el colegio y la etapa preparatoria a la universidad y la universidad misma ya cambia la fisonomía de los veranos. Y aunque cueste creerlo, ese año lo terminé invicto con lo cual yo pagaba derecho a ir a la fiesta de año nuevo, que iba ser mi primera fiesta de año nuevo, y tres meses de rica y deliciosa playa. Desde setiembre del 92, yo ya iba haciéndome la idea que iba ir a la fiesta de año nuevo y que me pegaría una bomba de aquellas. Eran las 11 de la noche del 31 de diciembre del mismo año y yo ya había cumplido el 70% de mi promesa hecha en setiembre. Recibí el 93 en una ‘huasca’ terrible. No recuerdo muy bien con quien estuve bailando, pero de pronto por mi lado pasó una chica, y yo de lo borracho y mañoso que me estaba poniendo, le pellizque la nalga a una chica que pasó por mi lado, y con qué ganas. Lamentablemente atrás de ella venia su macho que me llevaba cuatro cabezas de altura y de un empujón me hizo volar varios metros. En esa fiesta yo duré hasta la una de la mañana, hora que mi hermana, furibunda, me retiró de la fiesta por lo ‘sampao’ que estaba. Me regresó a la casa de mis tíos, y como si fuera poco también el jodí la fiesta a ella, porque una vez en la casa de mi tío ya no podía regresar. A mi depositaron en el cuarto en que estaba, que tenia dos camarotes y una cama. Y me pusieron en la cama, cuando yo ya había reservado mi curul en un camarote. Al amanecer todos mis amigos que dormían en el mismo cuarto regresaron de la fiesta y cuando me vieron notaron que yo flotaba sobre un mar de vómito. Esa noche si no morí ahogándome con mi propio vómito fue porque Dios me quiere vivo para narrar esta anécdota, porque de lo beodo que estaba basqueé toda la santa noche. Mis amigos se asquearon al verme tan podrido, y a la vez se sintieron aliviados porque al menos ellos pudieron dormir sin que las moscas los fastidie, pues todas las moscas estaban conmigo banqueteándose de todos mis restos producto de tremenda curda-; de esa manera fue que a la cama sobrante de ese cuarto la bautice como la cama de los borrachos. Y mi madre que me había implorado que por favor no tome ni si quiera una pizca de pisco, y yo tan santurrón haciendo caso al pie de la letra las indicaciones de mi madre. Casi sentencio ese verano al olvido, porque mi mamá cuando se entero… ya lo sabe una sófera puteada la que me cayó. Pasado los laberintos del año nuevo mi mamá me castigó. Pero yo apelando a mis grandes esfuerzos académicos para dejar el cuarto de media invicta, y prometiendo ni siquiera destapar una cerveza me dejo pasar verano en Colán, y yo haciendo gran demostración de lealtad a las órdenes de mi madre, el primer fin de semana que llegó me la pegué. Pero felizmente mi ‘viejita’ nunca se enteró, porque sino ya se imaginan lo que pasaba, la sófera puteada y adiós Colán.

De este verano de 1993 también sucedieron buena anécdotas, como el día que mis primos Juan Ramón y Atilio nos fuimos a pescar en el zodiac de un amigo y con un ‘’brother’ más a la plataforma petrolera, la misma que el verano anterior fui en bote a vela. Esta vez en casa de mi primo dormimos Juan Ramón, Atilio y yo, y nos turnamos para que alguien se quede despierto una hora determinada, para así poder despertarnos a las cinco de la mañana. A mi me toco el tercer turno de la una de la mañana y a los diez minutos me quedé seco dormido, pero si pudimos levantarnos a las cinco. Claro mis dos primos me putearon, no tan sóferamente como lo hubiese hecho mi madre, por que me quedé dormido. Pero igual fuimos a pescar, y los resultados fueron muy similares a los del año pasado, con la diferencia que el bagre que debió picar mi anzuelo picó el de otro, y las finales con las manos más vacías. Pero todo a lo que siempre estuve dispuesto por el paseo y la aventura, tanto así que un domingo por la tarde estaba con mis primos y un amigo en casa de mi abuelo, y no recuerdo como fue que salio el tema para convencer a mi tío Julio para ir hacia la tercera bocana del río Chira para ver si encontrábamos patos y cazar - ¡ja! Con lo que me apasiona la cacería a mí, ¡bu!- y nos subimos a su camioneta, fuimos en busca de dos señores que subieron con rifles y toda la parafernalia, solo les faltó llevar ropa camuflada, y nos fuimos hasta la tercera bocana. El recorrido fue apoteósico, llegando al desvío a Pueblo Nuevo, por la carretera Paita-Sullana, había una trocha larga que nos conduce hasta la tercera bocana pasando por Pueblo Nuevo de Colán, Vichayal y un par de poblados mas que no recuerdo, que asumo estarán entre la jurisdicción de Paita y Sullana, en fin eso no importa en la anécdota, lo cierto es que viajamos en la tolva de una camioneta el amigo, mis primos y yo, y creo que mi tío se olvido que íbamos atrás porque parecía que iba haciendo rally, claro yo que iba sentado apoyándome en la esquina de la tolva era el que sufría mas los saltos que hacía la camioneta, tanto a la ida como a la vuelta. La conclusión de esta ‘Odiseica’ aventura fue que no encontramos ni un solo pato de mierda, solo pelícanos y aves guaneras; de regreso a Colán un dolor en los brazos y en el culo por todos los saltos que hizo la mionca; y todo el polvo amarillento de la trocha que se nos impregno en el cuerpo, la ropa y el pelo a los cuatro pasajeros de la tolva -como verán los señores que fueron en VIP gozaban de la comodidad de los asientos, aire condicionado y musiquita, ¡ja!- Recuerdo cuando llegué a casa me bañé y veía como corría el agua amarillenta de todo el polvo que se iba desprendiendo, tuve que jabonarme muchas veces así como lavarme el pelo, quienes nos vieron, recién llegados del paseo, juraron que éramos hijos del cantante de Reggae, Yellowman.

La fiebre del surf siempre se aloja en alma de muchos adolescentes, que de alguna u otra manera osan por surcar las olas. Si bien es cierto que las olas del mar de Colán no se prestan mucho para la práctica eficiente de este deporte, pero da para hacer la finta. Era la época que la pegábamos de ‘serferitos’ aunque más parecíamos ‘serfeitos’. Siempre que la marea subía era buen pretexto para hacer bodyboard. Colán tiene una particularidad muy particular (je, je, je), la zona norte de la playa las casas están muy salidas al mar, lo que en el maretazo del 83 hizo que muchas casas de esa zona desaparezcan y otras se queden con sus terrazas destruidas. Con el tiempo se fueron reconstruyendo muchas casas y otras remodeladas, tanto así que los restos de terraza destruida formaron hacer parte de la defensa de la casa. Esta defensa conformada con restos de terraza antigua y roca pilca hace que cuando la marea sube y la ola impacta con esta defensa, se origine una contraola que va en dirección contraria a la ola, fungiendo muchas veces de una especie de rampa, tanto la ola como la contraola, que si tomabas una la otra, a la hora del choque de ambas olas hacia que saltaras, o como le denominábamos, rebotabas. Entonces la zona donde se generaban las contraola la llamábamos ‘los rebotes’. Era nuestro point surfer preferido, cuando la marea estaba subiendo bastaba con dirigir la mirada hacia el norte y ver si deslumbraban buenos ‘rebotes’ o no, Créanme que cuando hay buena marea y buen oleaje uno llegaba prácticamente a volar. Recuerdo una ocasión que la marea estaba demasiada alta, que las olas reventaban demasiado cerca de las rocas que no permitía que se forme la contraola, pero de pronto llego una racha, seguro llegó cuando la marea estaba empezando a bajar, qué sé yo, pero las se formaron buenas contraolas que créanme que esa vez volamos, sentí la sensación de estar suspendido en el aire y sentir el vacío al caer, ¡chévere! Cuando no había rebotes, o la marea estaba por la mañana, y había disposición de algún carro, nos íbamos a la curva, un sitio a unos cuantos kilómetros al fondo al norte de la playa donde las olas eran un poco más adecuadas para el surf.

Jugar carnavales también fue parte de este verano, y lo que se hizo en esa ocasión quizá marque un hito en la historia, no se si por lo original de la pendejada, o porque quizá nadie lo vuelva hacer. Una noche mis primos y yo nos encontramos con los otros cuatros amigos con los que éramos parte de la “collera”, y no propusieron ir a casa de una amiga cuya casa queda por el culo de la playa, aceptamos ir, pero teníamos que ‘tirar dedo’ para que nos jalen hacia allá, o hasta loa mas próximo posible del culo de la playa. Y fue justo en ese momento que pasó una camioneta con otros amigos que entre bromas nos amenazaban con mojar. Trepamos la camioneta y sin querer queriendo nos unimos a su lucha. Ir a mojar con globos rellenos de agua a cuanto parroquiano (a) se nos antoje. Una vez inmersos en la aventura, alguien notificó de una fiesta que había en una casa, y que la estaban haciendo en la terraza que daba a la playa, la marea baja y la noche con el resplandeciente Paita nocturno, era el perfecto escenario para ir a verdaderamente aguarles la fiesta a los chibolos. ¡Que idea para macanuda! Llevábamos en la tolva de la camioneta un balde grande repleto de globos multicolor con agua, nos dirigimos hacia nuestro objetivo haciendo un previa revista de lugar donde íbamos a perpetrar nuestro ataque, a los pocos metros de la guarida de nuestras victimas giramos 180 grados y avasallamos sorpresivamente a los chiquillos que estaban divirtiéndose de lo lindo en su fiestita, pero la verdad que en ese momento inconcientemente nosotros queríamos ser los verdaderos reyes de la diversión de esa noche. Esa primera pasada fue un éxito rotundo, la víctima fue totalmente allanada hasta derramar la última gota de agua. Pero agotamos casi todas municiones, de manera que para quedar bien con los que iban en un principio en la camioneta nosotros repusimos el resto de bolsas de globos, y cuando íbamos a recargar la artillería, por el camino también íbamos mojando a cuanto inocente se nos cruzaba por nuestro camino, es que éramos un verdadero escuadrón de aniquilamiento, o mejor dicho de acuilamiento, o aniacuilamiento, usted elija el vocablo que más le cuaje, de todos modos ni el Word ni la Real Academia de Lengua Española aceptan ambos términos. Y así fue, no contentos con el primer ataque, decidimos ir una y otra vez a seguir mojando a los chiquillos parranderos. Créanme que le dimos un tono muy colorido a la fiesta, es mas el reflejo de la luz de la casa con el arsenal de globos que aventábamos daban un efecto de luces psicodélicas, como las mejores discotecas de Europa, a pesar de eso no entendí porque se molestaron al final con nosotros que le dimos ese touch de lights a la diversión. Valgan verdades los únicos que nos divertíamos con particular éxtasis de hilaridad éramos nosotros. En una de esas que fuimos a llenar el balde de globos, por el camino fuimos atacados por nuestras propias victimas, que no eran los chiquillos de la fiesta, dando como resultado un herido, que fue alcanzado por un tomate ensuciando su polera y su honor. Fue así que decidimos usar nuestra arma superarchirecontraultracaleta. Aunque dicho aparato no tuvo nombre pues se me acaba de ocurrir en apadrinarlo como el ‘Egg-Ruler’. Así es pueblo, el ‘Egg-Ruler’ era una arma muy letal de mediano alcance, capaz de mandar a la ruina toda clase de mobiliario. Esta arma consistía en un huevo al cual se le hizo un orificio en un extremo donde se le sustrajo la substancia de vida, esa que tú te la comes frita, sancochada, pasada por agua o escalfados. En cristiano la clara y la yema. Una vez vaciado el huevo se le añadió ron con coca cola y acetil rojo (por lo que imagino que mis menstruantes y menopáusica amigas comprenderán porque el arma lleva en su nombre la palabra ‘Ruler’). Esta arma fue diseñada a principios del verano, y guardada celosamente, como los secretos de la Serie Rosa, por mi persona. Y fue entonces cuando estábamos llenando el balde de globos le concedí el honor de usar el ‘Egg-Ruler’ nuestro camarada herido, con el fin de llevar a cabo la rosa vendetta. Entonces, una vez recargadas las municiones, fuimos sin piedad a vengarnos con el huevo a quienes nos lanzaron tomates y de paso volver aguar la fiesta a los chiquillos. La verdad fue que no tiraron el huevo a quienes nos lazaron el tomate, el huevo también fue lanzado en la pasada de la fiesta ocasionando que todos los mueles de la casa queden pintados de rojo, al regreso para volver a asar por la fiesta la dueña de la casa salió corriendo a detener la camioneta, propósito que logró con mucho éxito, descargó toda su ira contra nosotros, bueno para empezar con quien manejaba la camioneta. Los que íbamos atrás en la olla la mayoría estábamos como terroristas delincuentes recién capturados, es decir, escondiendo el rostro. La puteada tan sófera como la de mi madre. Todos los chiquillos y chiquillas nos recriminaban por haberles arruinado la fiesta, hubo uno que valientemente intentaba apuntar la placa de la camioneta, a lo que un amigo lo pilló y con unos de los globos que nos sobraban se lo reventó en la cabeza y lo amenazamos de muerte si decía una palabra (obvio que de broma). Lo que a mí me late ese pobre chiquillo no creo que jamás en su vida haya tenido la mima valentía para delatar alguien en el resto de su vida. A la retirada, dejamos de jugar carnavales, nos fuimos a dejar la camioneta y pasamos a la playa a cagarnos de risa de nuestra gran hazaña, temiendo de que de una u otra forma llegase la queja a nuestras madres. Para la mañana siguiente, felizmente teníamos planeada una jornada surfística en la curva. Los que iban en la camioneta se acercaron a pedir disculpa a la dueña de la casa, Nosotros nos enteramos que los hicieron lavar y limpiar toda la terraza, y que les tomaron fotos haciendo eso, quizá como sentencia de lo sucedió en la noche anterior. No recuerdo como nos enteramos, pero esa tarde cuando regresamos de nuestra jornada surfer, supimos los sucedido en la mañana, y que habíamos malogrado muchos muebles, por lo que caballero teníamos que ir a reparar los daños. Si nadie de la playa nos vio llegar a la casa a pedí disculpas, la requintada que nos cayó fue imposible de evitar. Pero fue graciosa, porque todos repetíamos unísonamente: “-Sí señora, discúlpenos, no volverá a pasar” Para evitar ser victima de los flashes de las cámaras y demás chismosos que querían humillarnos después que arruinamos una fiesta, lijábamos los muebles donde un carpintero del pueblo inmediatamente después del almuerzo, hora donde no te encontrabas mucha gente. Pero supimos que nuestra barraganada era vox populi en toda la playa y en Piura también. Éramos populares, pero no como queríamos, como héroes, sino como villanos. ¿Por qué? Gracias a Dios esta mataperrada no trascendió en nuestros padres así que pasó piola. Lo que no pasó piola fue la manera como el resto de la playa nos señalaba, como los chicos malos, “- ¡ha barrer!” nos gritaban los chiquillos. Nos discriminaban. La gota que derramó el vaso, fue una noche que volvimos a encontrarnos los autores de la velada carnavalesca y nos escondimos en el techo de caña de un restaurante que no atendía de semana, y volvimos a las andanzas, a mojar a todos. Esta vez los papas de nuestras victimas llegaron hacernos el pare y sin llegar a mayores, caballeros dejamos de lado la joda, pero ya en la playa nadie nos invitaba a sus fiestas, éramos marginados. Quien sabe si alguien osará hacer tamaña travesura, pero de que quedó marcada en la historia como un hecho algo tan inaudito, vituperable y original.

Sin duda que hubieron muchos hechos más en la playa, como una vez que fuimos a tomar a la tiendas, en pleno día de semana, porque celebrar la llegada a la playa de un gran amigo; felizmente que en las ultimas chelas éramos los únicos que quedábamos en la tienda, de pronto me di una embotada de cervezas que a la última que te tomé me causo un huaico terrible. Vomité todo lo que tenia en el estómago, en medio de todos. Dicen que la presión fue tan alta que cavé hoyo en la arena al punto de encontrar petróleo. La noche siguiente a tremenda argucia fue cruel victima de todas las burlas y humillaciones de parte de mis amiguitos, en fin creo que ahí aprendí a tener correa.

Una vez una avioneta tuvo un aterrizaje defectuoso que quedó a mitad de pista, al día siguiente con dos amigos fuimos a ver la avioneta bimotor, y con paciencia, perseverancia, la astucia del Chapulín Colorado y una pizca de suerte, con una llave de casa a lo MacGyver llegamos abrir la puerta de la avioneta y nos subimos prácticamente a jugar dentro de la avioneta como niños con juguete nuevo, es más hasta estuvimos tentados de llevarnos una pistola de bengalas, pero sólo fue una tentación.

Ese verano los aperturé con una bomba de aquellas y lo cerré con la que fue la peor de toditititas mis borracheras, y lo reafirmo ahora a mis 32 años, la de Semana Santa de ese año, que supongo ya se atrevieron a leerla en un post que fue dedicado a esa borrachera (Beviernes… ¡hic!), pero de que fue un lindo verano, si lo fue, muy lindo. De pronto no tanto como el del 1990, pero fue lindo, con nuevas amistades, y nuevas locuras, tuvo lo suyo. Ya para terminar es post solo me queda recordar una tarde en que estaban todos los nietos Castagnino para tomar la foto con todos los nietos. Es la foto que publico en este post. Tuve la enorme suerte de salir al lado de mi ‘papo’ Juan, que hasta ahora es una persona que habita en nosotros a pesar de que en carne y hueso ya no esta en este mundo putrefacto, él ya esta allá arriba con el Todopoderoso. Lo anecdótico de esa foto que de todas las que se tomaron, nunca se pudo tomar una con todos los nietos, una porque en unas faltaba la primogénita de las nietas, y en otras porque le dio un arrebato a mi hermano y se largó. Y como si fuera poco los chiquilines se contagiaron uno a otro de un berrinche que salen en todas los fotos salen chillando. Vaya uno a saber porque liendres lloraban, francamente que provocaba agarrar uno por uno, tomarlos de los pies y meterlos al retrete y halar la cadena, que rabia m dio esa tarde por culpa de esos mocosos, que si los veo ahora, y al mero estilo de Ron Damón, ¡No les doy otra no más porque…! probablemente ya ahora son más grandes que yo y puedan abollarme.

Seguirá continuando…