sábado, 8 de diciembre de 2007

¡Vamos a la playa oh, oh, oh, oh, oh!

Mi primo Juan Ramón y yo siempre hemos sido desafiantes a la muerte, y fanáticos de las escapadas nocturnas a Colán. Una ocasión mis tíos se fueron un fin de semana de verano a Lima, y se llevaron las llaves de la casa de playa de Colán. Mi primo y yo veíamos resignados nuestro fin de semana a pasarlo aburridamente en Piura cuando todos estaban disfrutando de la playita.
Pero como buenos necios que somos, nos resistimos a quedarnos en Piura ese sábado por la noche y planificamos una fuga a Colán, donde casi nadie nos esperaba, salvo los que estaban seguros que nos íbamos a escapar de Piura sí o sí.
Eran las nueve de la noche y estábamos en la camioneta Juan Ramón, Paola, Janice y yo; dejando dicho en la casa que nos íbamos al Tony´s. Una vez en el auto todos en silencio disimulábamos la fuga evitando cantar victoria antes de tiempo, fuimos a recoger a nuestro gran maestro Javichín, y después marcha a Colán.
Siendo casi las diez de la noche hicimos nuestra aparición en Colán dirigiéndonos de frente a la Camacho, ese conglomerado de tiendas que funciona como punto chupístico de la gentita colanera, calmando la angustia de unos, generando sorpresa en otros, y quizá indiferencia en el resto; pero eso sí, advirtiendo siempre que nunca estuvimos en la playa esa noche, por si las dudas.
De pronto, una vez saludada la gente y demás protocolo, recuerdo que Janice, Paola y yo nos fuimos a un hotel de Colán que recién habían inaugurado, y uno de los hijos de los dueños, que era amigo nuestro, estaba de cumpleaños; así que aprovechamos la visita para saludarlo y disfrutar del show nocturno que hacían en ese entonces todos los sábados en el hotel. Justo ese día el show lo hizo quien ahora es mi cuñado, Rafael, que cantaba música cubana. En una mesa estaban todos mis tíos, incluyendo mi papá; y todos ellos sabían que nosotros no teníamos permiso de ir a Colán ese fin de semana. Cuando chequié toda la escena me vi en serios apuros, porque si me pillaban nos jodíamos. Por lo pronto me las ingenié sentándome en un lugar alejado de la vista de mis tíos; departimos un rato y nos retiramos del hotel con Janice y Paola haciéndome cortinita para no ser visto.
Regresamos a la Camacho advirtiendo a Juan Ramón la alerta de que podíamos ser vistos en la playa por nuestros familiares y ponernos a posteriori en serios aprietos. Al cabo de una hora y media vimos pasar de regreso a casa el carro de los tíos, no nos habían visto, y por fin sellamos nuestra victoria. Sabíamos que ya podíamos hacer lo que nos daba la gana y que la familia nunca se iba a enterar. Y cada quien se disparó a vacilar por su cuenta.
Eran casi como las cuatro de la mañana me hallaba bebiendo con unos amigos, hasta que una extraña voz me llamaba:
- ¡Totora! ¡Totorita!
Volteo a ver quien me llamaba y no les miento que era mi viejo. Cuando lo vi sentí ese nerviosismo que se apodera de uno cuando lo 'ampayan'. Mi viejo acompañado del tío 'coco', el tío Giacomo, y otro tío más que no recuerdo exactamente quien era, todos ellos en una bomba de aquellas; con razón los apodaron como los "jinetes del apocalipsis". Mi viejo me llamó y se puso ha hablarme un montón de cosas que no le entendía con claridad. Algo así como:
-¡La libertad!- como haciendo referencia al abuso de confianza que los padres depositan en sus hijos.
A mí se me vino el mundo abajo. Dentro de lo prejuicioso que soy, imaginé la señora puteada que me aguardaba en casa el resto de la semana, que valgan verdades, yo en esos días tenía demasiados roches con mis viejos por algunos asuntos académicos. Presentí todos los castigos que me pudieran sentenciar, incluso hasta botar de la casa. En esos momentos no estaba cerca de mí ninguno de mis cómplices; no estaba Javier, no estaba Janice, ni Paola, ni mucho menos Juan Ramón. Pero después me di cuenta que muchos de ellos sí se dieron cuenta de la presencia de los cuatro "jinetes del apocalipsis" en las tiendas. Y digo esto porque ni bien se apareció Juan Ramón con la camioneta, como si hubiésemos salido de la nada, los demás abordamos, ha escondidas, la camioneta en un acto fugaz, propio de una escena de un secuestro, o un asalto de un banco, y le advertimos a Juan Ramón que nos largáramos en el acto a Piura porque la situación estaba extremadamente jodida y que habíamos sido visto a las finales por los tíos. Juan Ramón, que ni bien vio como subimos a la camioneta, y ni siquiera acaba de frenar el auto, arrancó de una sola con dirección a la carretera.
Ya en camino, nos cagábamos de risa del suceso, aunque yo por dentro sabía que el más jodido era yo, porque fui el único que lo vieron. Una vez en Piura quedamos en reunirnos en la noche del domingo para analizar como se iba a proyectar la semana.
Ese domingo por la noche , en casa de Juan Ramón, nos reunimos Paola, Janice y yo. Y conversando me di cuenta que no era el único que iba a pagar todos los platos rotos. Pues mi primo, como nunca - porque siempre que nos escapábamos a Colán botaba los vouchers del peaje- dejó los vouchers en la camioneta. ¡Grave error! Evidenció la fuga. Pues ese domingo por la mañana Giuliana, la hermana de Juan Ramón, usó la camioneta para pasar el domingo en Colán en casa del abuelo - eso si estaba permitido por mis sus padres - y vio los tickets del peaje. así que como buena hermana lo acusó directo con sus papás de nuestra fuga.
Vista la situación, se supuso este cuadro de lo que nos iba a pasar: Como mi viejo me vio, sentenciado; Juan Ramón después de que su hermana lo acuso, castigado; Paola viendo como se presentaban las circunstancias, se sintió de regreso a Lima donde su madre y con castigo peor que el de mi primo y yo. Pero Janice, ¡ja! ella se jactaba que no le iba pasar nada por que sus padres eran muy comprensivos y que a ella no le decían nada en su casa bla, bla, bla.
A las finales, a mitad de semana la sentencia fue la siguiente: Mi padre cuando regresó de Colán, no me dijo absolutamente nada; a Juan Ramón le dijeron "demasiado poco" de lo que habíamos previsto; Paola no fue mandada de regreso a Lima tan inmediata como ella temía. Janice seguía jactándose de lo liberal que eran sus padres con ellas y que sabía que no le iba pasar nada. Llamó un día a Lima a sus padres, en presencia nuestra, y de pronto vimos como su rostro se le iba decayendo, a las finales en esa llamada, su padre ya le había reservado pasaje de regreso a Lima al día siguiente y se quedó sin verano colanero.
Que no se me haga mala costumbre, pero al ver como se sentenció todo, me veo obligado a terminar esta historia con una moraleja, pues como dice aquel viejo y conocido refrán: "Quien ríe último, ríe mejor". A pesar de todo lo que creí que me podía suceder, yo si tuve un verano en Colán.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pisco:
a quien no le pasa algo asi no sabe lo que es vivir

Giancarlo dijo...

Pues si mi querido "Anónimo", yo no me puedo quejar.