Era la navidad del año 2000, la mañana era soleada, como suele suceder casi todas las mañanas de los 365 días del año acá en Piura, eran casi las once de la mañana y sonó el timbre de mi casa. Eran Boris y Miguel que me fueron a ver para realizar una misión de urgencia: Comprar las provisiones para pasar el año nuevo. Así, mis queridos atrevidos visitantes de este portal, que empieza la historia del año nuevo más anecdótico de mi vida, el año nuevo del 2001 en Punta Sal.
Boris tiene una casa de dos pisos en el balneario de Punta Sal que fue construida por el año de 1983 y que estuvo muchos años sin concluir; sólo era el casco habitable, es decir, habían sólo paredes tarrajeadas, pisos sin losetas, los marcos de fierro de las puertas y ventanas; una casa sin los acabados. Suele más fácil describir que la casa no tenia lavatorios, retretes, agua, luz. Los requerimientos básicos para poder habitarla. Pero cuando uno es joven eso no importa, era el hábitat perfecto del aventuro aguerrido, de los valientes, de los que les encanta dormir en el cemento.
La fiesta de año nuevo de Colán del 2000 no fue lo que yo esperaba, tuvo tanta publicidad en la que prometieron cosas que a las finales nunca las vi en la fiesta, por lo pronto me sentí un poco decepcionado y estafado en esa fiesta. Ese fue el motivo que me animó a mi pasar el siguiente año nuevo de una manera distinta a las que siempre he celebrado, es decir algo diferente a las fiestas de año nuevo en Colán, a las que en aquel entonces yo no me perdía nunca. Pasar el año nuevo en Punta Sal era una idea previamente maquinada desde la época del año en la que a uno se le mete esa extraña idea en la cabeza: ¿Qué hago en año nuevo? Boris dio la idea de ir a Punta Sal, yo que ya había conocido su casa, y sabia a lo que me sometía, acepté el reto, y Miguel no la pensó dos veces, y usando unas de sus frases célebres, también se lanzo con todo y zapatillas. Claro, él no tenía la más mínima idea de como era la casa de Boris.
Entonces el 25 de diciembre Miguel y Boris fueron a mi casa para después dirigirnos la Mercado Central de Piura, alias "El merca", para comprar las provisiones necesarias. Llegamos al merca y fuimos a un puesto de abarrotes y pedimos lo siguiente: Dos cartones de cigarrillos "Premier", seis botellas de ron "Kankún"-créanme que no mas de nombrar esa marca ahora sí se me estremece el estómago como la anécdota pasada- y un six pack de Pepsi de tres litros. Todo eso ahorrando lo máximo posible de nuestras reservas monetarias - más misios- El ron, los cigarros y la gaseosa fueron nuestras provisiones, una vez compradas nos vimos mutuamente los tres y dijimos: - ¡Listo! eso es todo. Mañana al mediodía partimos a Punta Sal. Ustedes pensarán qué íbamos a comer, pues la respuesta es muy simple; al día siguiente en cada una de nuestras casas se iba a presentar un "ligeeero" desfalco de productos enlatados, sin distinción de marca, raza y contenido. Como verán en la guerra todo vale, jejeje.
Al día siguiente nos volvimos a encontrar en mi casa, dado que los terminales interprovinciales está a media vuelta a la manzana de mi casa, y empezamos alistar todo nuestro equipaje, que comprendía desde encendedores para los puchos, hasta cooler, guitarra y colchonetas. Era un mundo de equipaje, que no más el traslado era una odisea. Casi al medio día pasamos revista de lo que llevábamos: linternas, comida enlatada, trago, puchos, guitarra, calzoncillos, colchonetas, sleeping, anzuelos, nylon, naipes, desodorante, colonia, cohetones, cohetecillos, surtidores, zumbadores, silbadores, rasca-rasca, las infaltables candelillas "chispita mariposa", lámparas a kerosene, un cooler para servir trago, maletines, mochilas, etc; y al sentirnos seguros que nada faltaba nos dirigimos al terminal de Transportes "El Dorado" en su ruta Piura Tumbes. Y partimos a la aventura, en un trayecto largo, lento y caluroso. Pero supimos contrarrestar el trayecto, pues íbamos los tres jugando una partida de One.
Casi a las seis de la tarde el ómnibus hizo su parada al frente de la entrada al balneario, para bajar. Una vez afuera del bus nos esperaba una larga caminata de dos kilómetros hasta la casa de Boris. Toda una travesía con la ruma de cosas que ibamos cargando; como si fuese poco todas la camionetas que pasaban iban con sus tolvas repletas de bultos, y en su interior repletas de "hembritas"; no nos podían jalar, y nosotros seguíamos caminando. Cuando nos aproximábamos a la altura de las primeras casas y pasaba un viejito con su triciclo, ya el cielo había oscurecido y casi estábamos a mitad del trayecto. No recuerdo quien se le acercó al viejo y le pedimos, por favor, que nos ayudara al menos remolcar todas nuestras chivas. El tío, buena gente, aceptó ayudarnos y así fue como hicimos nuestro auspicioso ingreso al balneario; en carretilla. Que naco, todos en camionetas del año con tablas, y un montón de chicas, cada una más mamacita que la anterior, y nosotros caminado detrás de un triciclo. Felizmente era de noche ya. Y por último, en Punta Sal, a quién le importaba voltear a mirar a tres montuvios caminado detrás de un triciclo.
Y por fin llegamos a la casa de Boris, después de toda esa odisea, le dimos cinco luquitas al tío y nos "casi-instalamos" en su casa. Digo nos "casi-instalamos" porque ya era de noche, no teníamos luz y teníamos que quedarnos en la planta baja de la casa precaviendo no ir al segundo piso por si existía alguna presencia de ratas, murciélagos, y/o cualquier otro bicho extraño. Nosotros a simple vista de ojo de águila con lente infrarrojo, convenimos que si podíamos pernoctar en el primer piso. Después de un breve descanso y un pequeño paseo nocturno por la playa nos pusimos a chupar nuestros "ricos" tragos -wácala- hasta que el mismo cansancio nos obligó dormir.
Continuará...
1 comentario:
Totoraaaa, que buena anécdota tio!!! mientras la leo viajo a través del tiempo para refugiarme en esa época maravillosa. Muchos Éxitos! siga escribiendo Sr.
Publicar un comentario